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31
Oct
2019
Halloween 2019: La otra cruz del Valle de los Caídos y los monjes de Tirso de Molina PDF Imprimir E-mail
Lente de Aumento - A Fondo
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La actualidad saca a la luz dos leyendas espeluznantes

En las últimas semanas se ha hablado, y mucho, sobre el Valle de los Caídos, el impresionante mausoleo construido por Franco en las laderas del Monte Abantos, pero lo que no todo el mundo sabe es que la Cruz de 150 metros de altura que corona el complejo no es la única que puede verse en el mágico monte de la sierra madrileña.

Así, otra cruz recuerda un terrible suceso que conmocionó al pueblo de San Lorenzo de El Escorial a finales del siglo XIX. Cuenta la historia que un buen día (algunos lo sitúan en el 25 de diciembre) un niño del pueblo, Pedrín, abandonaba su casa para dirigirse al Monasterio, donde ejercía como monaguillo. Pero el pequeño, de ocho años de edad, nunca volvió a casa. Tras iniciar una búsqueda contrarreloj que movilizó a todo el pueblo, unos cazadores daban con el cadáver del niño el 10 de febrero de 1983 en una de las laderas del monte. El cuerpo, según contaba la prensa de la época, había sido mutilado.

Lógicamente, el pueblo quedó conmocionado, hasta el punto de erigir una cruz de piedra en el lugar donde fue encontrado el cuerpo de Pedrín, una cruz que aún hoy puede visitarse y en la que puede leerse la inscripción: “El 10 de febrero de 1893, fue hallado en este sitio el cadáver del desgraciado niño Pedrín Bravo y Bravo, víctima del brutal salvajísimo”.

Sin embargo, el hallazgo no cerraba el caso. Los periódicos acusaron a los propios monjes del Monasterio, que habrían matado al niño antes de deshacerse de su cadáver en las faldas del monte. Sin embargo, el único acusado fue “El Chato”, un delincuente habitual de la zona que fue condenado a pena de prisión hasta que, viejo y ciego, abandonó la cárcel para pedir limosna por las calles de la capital.

La otra versión de los hechos es la más sobrenatural, y entronca con el pasado místico del Monte Abantos. Según cuenta una leyenda mucho más antigua, Felipe II construyó el Monasterio para “sellar” una de las puertas del infierno, una puerta que, a pesar del sello, de vez en cuando se abre, dejando escapar espíritus malignos. Precisamente habría sido uno de esos espíritus, una figura negra de dos metros de altura que estaba junto al niño momentos antes de que lo encontrasen los cazadores, el culpable del terrible asesinato.

Esta historia, abiertamente paranormal, tenía una segunda parte hace ocho años, cuando Cuarto Milenio informaba de la aparición de una figura exactamente igual en la zona, un ser de unos dos metros de altura y completamente negro con aspecto de fauno que, tras ser visto por varios testigos, se lanzaba por una ladera.

Los testigos que se atreven a aventurarse de noche por la falda del Monte Abantos también hablan de que, en las cercanías de la cruz, se escuchan voces de niño, probablemente el propio Pedrín, que, tras no ser arrastrado al inframundo, aún hoy protege el lugar.

Hace unos días también se celebraba el centenario de Metro de Madrid, y eso ha servido para sacar a la luz la espeluznante historia de la estación de Tirso de Molina. Según cuenta la historia, en 1834 el Ayuntamiento de Madrid ordena demoler el Convento de la Merced, para en su lugar, construir la Plaza del Progreso, una plaza que, en 1939, será rebautizada con el nombre de uno de los frailes más importantes que tuvo el Convento de la Merced: Fray Gabriel Téllez, nombre real del dramaturgo Tirso de Molina.

Es en este ambiente donde nace una de las leyendas urbanas más conocidas del Metro de Madrid, una leyenda que tiene su origen en la misma estación de Tirso. Así una chica que cogió el Metro en la antigua estación de la Línea 1 explicaba que, cuando entró en el vagón se encontró unicamente con tres personas, una mujer y dos hombres que la flanqueaban.

La chica no le dio importancia, pero observó que la mujer no le quitaba ojo de encima, por lo que comenzó a sentirse incómoda. En la siguiente estación otro hombre entró en el vagón sentándose junto a la chica y pidiéndole que no mirase a la mujer y se bajase con él en la siguiente estación. La chica aceptó, y cuando bajaron, el hombre se presentó como “medium” explicándole que la mujer que había visto estaba muerta y sus dos acompañantes la sostenían.

Al margen de leyendas, lo que sí está documentado es el terrible secreto que guardan las paredes de la Estación. En 1921 bajo esa Plaza del Progreso comienzan las obras de construcción de una estación de Metro del recién nacido suburbano madrileño. La sorpresa macabra se la llevaban los obreros cuando, al comenzar a excavar, se encontraban con huesos y cadáveres de los frailes enterrados durante los cuatro siglos de vida del convento.

Sorprendentemente, nadie exhumó los huesos, dejándolos emparedados detrás de los azulejos que recubren la estación, tal y como explican los periódicos de la época. Desde entonces, cuenta la leyenda, los lamentos de los monjes se escuchan a partir de medianoche en la estación, pidiendo descansar en un lugar más ortodoxo.

 

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