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30 Oct 2018 |
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Elementos cotidianos tienen su origen en leyendasAunque no somos conscientes de ello, las leyendas están tan incrustadas en el imaginario colectivo que son el origen de algunos símbolos y elementos cotidianos en las ciudades, y muchos de ellos incluso perdiendo ese origen mítico. Así, por ejemplo, el paso de la Inquisición por Torrejón provoca un suceso que hoy forma parte de un elemento de la cultura popular torrejonera. Para encontrar los orígenes de la Inquisición en la localidad (y en España) hay que viajar hasta 1479, año en que Alcalá acogió una junta de teológos que supondría el inicio del poder de la Inquisición en el país. Por aquel entonces Torrejón no era independiente, por lo que dependía judicialmente de la ciudad complutense. El párroco de Torrejón, Pedro Ruiz de Riaza, ejerció como fiscal de la acusación contra Pedro Martínez de Osma, un catedrático en Teología de la Universidad de Salamanca que había publicado un libro sobre la confesión catalogado como “heterodoxo” (Osma proponía recortar el poder de las indulgencias y las bulas papales, una de las principales fuentes de financiación de la Iglesia durante la Edad Media), y que era una de las figuras intelectuales más importantes de la época. El juicio, de enorme relevancia en la Iglesia y en el mundo universitario (provocó una auténtica revolución en la Universidad de Salamanca, que sintió atacada la libertad de cátedra, y provocó que tanto profesores como alumnos defendiesen a Osma), terminaba con una condena al libro, pero no al teológo, que se retractó de sus doctrinas, a pesar de no permitírsele estar presente durante el juicio (Osma estaba muy enfermo y pidió un aplazamiento del juicio que los inquisidores no permitieron para acabar con el enorme escándalo que se estaba provocando en el ámbito universitario). El libro, “Tractatus de Confessione”, era quemado tras ser el protagonista de una procesión solemne por las calles de Toledo en el que el propio párroco torrejonero llevó el texto, cubierto por un velo negro hasta el cadalso, donde se instalaron gradas para que los toledanos observasen el primero de los muchísimos autos de fe que dictaría la Inquisición a lo largo de tres siglos. De vuelta a Alcalá, y ya repuesto de su enfermedad, Pedro Osma fue obligado a retractarse públicamente de sus ideas. Este es el comienzo de una de las páginas más negras de la Historia de España, que tendría al menos tres episodios más en Torrejón. En 1551 el Santo Oficio condena a Esteban López de Yela, un hombre de 32 años, por la posesión del conocídisimo libro de ocultismo “La clavícula de Salomón”. Tras detectar la existencia del libro prohibido, el representante de la Inquisición en Alcalá busca al joven y le conmina a que se presente en seis días en Toledo, capital de la Inquisición desde el proceso contra Osma. El torrejonero no llega a tiempo a Toledo, declarándole el Santo Oficio en rebeldía, si bien se presenta a las pocas semanas alegando una enfermedad. Tras confesar la posesión, el Tribunal le obligaba a quedarse en Toledo hasta que terminase la investigación amenazándole con la excomunión. Y es que el fiscal del caso estaba dispuesto a condenar a Esteban por el delito de apostasía para él y para su descendencia. Por suerte, esta vez no llegó la sangre al río, y el torrejonero volvió a casa tras pagar una multa. En 1665 y en 1752 se producen dos casos muy similares que, además, son los últimos registrados en la localidad. Tanto María Martínez como Francisca de Jorge son acusadas y condenadas por bigamia. El caso de Francisca de Jorge es el más documentado. La torrejonera costurera y lavandera de profesión, se casó con el lechero Alfonso Cabezas poco antes de que éste fuese enviado a la guerra sin tener noticias suyas durante varios años. Francisca comienza a trabajar en la Alameda, donde se enamora de Fernando Alonso, y se queda embarazada de él. Para evitar el escándalo, Francisca consigue un falso certificado de defunción de su marido y comienza a vestirse de luto. Pero el cura torrejonero descubre el engaño, y ordena a la pareja que se separe encerrando al nuevo marido, y soltándolo a los pocos días. A pesar de aparecer una carta del primer marido en que explicaba que seguía vivo pero no tenía intención de regresar a Torrejón, Francisca y Fernando siguieron juntos llegando a tener tres hijos, lo que iniciaba un proceso curioso en el Tribunal de la Inquisición: después de detenerla y embargar sus bienes, el Santo Oficio la condenaba por bígama, pero concluía que no había delito en su forma de actuar, por lo que la liberaba. La historia de Francisca de Jorge era rescatada hace cinco años e inmortalizada en una de las figuras que componen la Comparsa de Gigantes y Cabezudos, pues Francisca es la inspiradora del personaje de “La Paca”. Madrid también tiene una leyenda que da origen a alguno de sus grandes símbolos, además de unir los destinos de la capital de España a otra ciudad mítica como es Roma. Así, cuenta la leyenda que el jefe troyano Bianor, compañero de Eneas en la guerra que inmortalizó Homero, muere a manos de Agamenón, si bien su hijo consigue escapar. Este Bianor II intenta regresar a Grecia, pero no consigue un barco para cruzar el Egeo y se ve obligado a vivir su propia Odisea cruzando los Dardanelos y estableciéndose en Albania. Tras su muerte, su hijo Tiberis se alza con el trono y tiene dos hijos: uno legítimo, el príncipe Tiberis; y otro ilegítimo, al que llamará Bianor III. Para evitar una lucha por la sucesión, el rey albano entrega a la madre de Bianor, una campesina de nombre Manto apodada “la fatídica”, una gran cantidad de dinero a cambio de abandonar el reino. Y así fue, Bianor y su madre abandonan Albania iniciando un largo camino hacia el norte en el que Bianor llegará a fundar la ciudad italiana de Mantua en honor a su madre estableciendo allí su reino. Pero su destino iba a ser muy distinto: el Dios Apolo, en sueños, le avisa de que debe continuar su viaje hasta la “tierra donde muere el Sol”, pues, de lo contrario, la desgracia se cerniría sobre Mantua. El augurio de Apolo no tardó en cumplirse, pues a los pocos días una enfermedad comenzó a diezmar la población de la recién nacida ciudad. Entendiendo el sueño como una profecía, Bianor decidió cambiarse el nombre a Ocno Bianor (“el que ve el porvenir a través de los sueños”), y tras abandonar a su madre, inicia un largo viaje de diez años que le llevará a recorrer Europa. Una noche el Dios Apolo vuelve a sus sueños, indicándole que en el lugar donde se encontraba debía establecer una nueva ciudad dedicada a los “hombres sin patria”. Al despertar, Bianor se encontró en un gran prado verde con árboles y arroyos donde pastaban reses pastoreadas por un pueblo nómada, los carpetanos, que habían tenido una experiencia similar a la de Bianor con los dioses: los carpetanos esperaban una señal que les indicase dónde aposentarse. Bianor les habló de su sueño y el pueblo lo entendió como la señal que estaban esperando para comenzar a construir la nueva ciudad. Pero al llegar a la construcción del Templo no se ponían de acuerdo sobre a qué divinidad consagrarlo, lo que estuvo a punto de provocar una guerra abierta entre los habitantes de la nueva ciudad. Apolo volvió a presentarse en otro sueño a Bianor explicándole lo que debía hacer: el templo, y por ende la ciudad, debía estar consagrado a la diosa Metragirta, diosa de la Tierra que se ofreció en sacrificio para conseguir la paz en el mundo. Eso sí, Apolo advertía a Bianor de que, para acabar con las disputas en la nueva ciudad él mismo, al igual que hizo la diosa, debía sacrificarse. Sin plantearse el desobedecer al Dios, Bianor convocaba al consejo de ancianos para informarles de lo que iba a ocurrir. El gobernante ordenó cabar una fosa y se enterró vivo colocando una gran losa sobre el agujero. El “sacrificio” acabó con las hostilidades de carpetanos y mantuanos, que se sentaron a rezar juntos alrededor del nicho, y por el alma de su desaparecido dirigente. Pero la historia no había terminado, ya que, a los pocos minutos, se desató una gran tormenta en la Sierra de Guadarrama. Sorprendidos, los “hombres sin patria” vieron como una figura bajaba, entre los rayos, desde las cumbres nevadas. La figura, una mujer a bordo de un carro tirado por dos leones, bajó a la tierra y sacó a Bianor de su tumba antes de hacerlo desaparecer. Conmocionados por lo ocurrido, los habitantes de la ciudad decidieron cumplir el mandato de Apolo, dedicando no sólo el Templo, sino toda la ciudad, a la imagen de la diosa Metragirta, que dio nombre al nuevo asentamiento. Con el tiempo el nombre de la ciudad, Metragirta, iría transformándose, primero en Magerit y después en Madrid; mientras que, en el lugar donde se ubicó la tumba de Ocno Bianor, colocaron una gran escultura dedicada a la diosa en la que aparece en su carro tirado por leones, eso sí, una escultura que pasaría a la historia con el nombre latino de Metragirta: Cibeles. |